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Mi historial nutricional

Cuando era pequeña, no era la niña de mayor ni menor peso en la clase; aunque sí era una de las más bajas. Para el quinto grado, empecé a aumentar de  peso y me mantuve así hasta que alcancé la pubertad. Los números en la bás-  cula no correspondían con los recomendados por el pediatra.

   Aunque tenía sobrepeso, en mi casa llevábamos un estilo de vida saludable.  Cuando el clima era agradable (es decir si no llovía) salía a jugar con una vecina que vivía al frente de mi casa. Todas las comidas eran preparadas en casa  y muy pocas veces salíamos a comer afuera. Podíamos comer caramelos,  galletas, pasteles y cualquier otra golosina sólo en ocasiones especiales, por  ejemplo Halloween. Sólo nos permitían tomar bebidas gaseosas los fines de  semana y si para cuando llegaba el lunes no lo habíamos hecho debíamos  esperar hasta el fin de semana siguiente.

Cuando íbamos al supermercado sólo podíamos comprar lo que estaba en los cupones y a precio especial, y por  supuesto ¡los caramelos nunca estaban en los cupones! Recuerdo que en la  casa no había ni siguiera jugo; únicamente agua o leche.    Cuando nos daban permiso de comer golosinas, nos debíamos lavar los dien-  tes inmediatamente lo que probablemente explica por que no me salió ninguna  carie sino hasta que fui a la universidad. Desde que tenía cinco años y hasta  los doce o trece, me matricularon en clases de baile varios días a la semana y  mi mamá se aseguraba de que me mantuviera activa. Nunca me sentaba por  más de media hora a ver televisión. A pesar de todo esto, yo tenía sobrepeso y  aún así mis padres nunca hicieron un comentario al respecto.   
 
Aunque me parecía que mi mamá era estricta, nunca me cuestioné la forma en  que vivíamos porque las cosas simplemente eran así. El verano antes de iniciar  mis clases en la secundaria decidí ponerme en forma y bajar de peso. En una  de las revistas de mi mamá, leí sobre algunos ejercicios que podía hacer y también grabé (en una videograbadora) algunos programas de ejercicios que prac-  ticaba todos los días. Cuando podía, caminaba a la casa de mis amigos en vez  de ir en auto (una distancia de al menos una milla). Antes que se iniciara el período lectivo, logré bajar quince libras y no pensé más en ello.    En mi segundo año de colegio cuando analizaba la profesión que quería ejercer en el futuro, descubrí el campo de la dietética. ¿Quería decir entonces que  podría pasar los próximos cuatro años estudiando un área sobre la que ya me  fascinaba leer? ¿Podría recibir un salario por hablar sobre comida todo el día?  No dudé en matricularme. Y ahora aquí estoy después de muchos años como  una dietista registrada (si esos cuatro años se convirtieron en cinco además  del internado). Aún recibo un salario por hablar sobre comida todo el día. Durante estos años, he visto muchas tendencias de “dietas” ir y venir. Tengo amigos, familiares y clientes que prueban todas las dietas de moda que hay en el  mercado y aún así la mayoría de ellos termina ganando el peso que perdió y  hasta más.

   Existen muchos libros sobre pérdida de peso en el mercado pero muy pocos  veces ofrecen consejos atinados sobre nutrición. Si le preguntan a la mayoría  de los dietistas registradas, todos concuerdan en que la solución no es “hacer  dieta” sino más bien seguir un plan alimenticio saludable y llevar una vida ac-  tiva que incluya hacer ejercicio y lo demás viene por añadidura. Así que ahora  les presento como hacerlo.  
 
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